"Cuidado! No es luz todo lo que reluce. Antes de cambiar una bombilla incandescente -la de toda la vida- por otra más moderna y de bajo consumo, lea este reportaje. Usted decide. Cierto que la nueva le durará hasta 10 veces más y que gastará un 80% menos de electricidad. Su bolsillo y el medioambiente se lo agradecerán. Pero en cambio su salud podría estar en precario. Ya sólo sus nombres asustan: migrañas, vértigos, eccemas... Riesgos potenciales que, según expertos, entrarían en nuestros hogares con el simple (¿y ecológico?) gesto de reemplazar las bombillas tradicionales por las ahorradoras (conocidas como Lámparas Compactas Fluorescentes, CFL en inglés), cada vez más de moda en el mercado.
Tan peligrosas serían las nuevas -contienen mercurio- que, en caso de rotura, lo más sensato sería desalojar el lugar al menos durante 15 minutos. Tampoco es recomendable recoger los restos con aspiradora ya que podría inhalarse el polvo contaminado con el tóxico. Ahí no queda la cosa. Por si fuera poco, la luz de estas bombillas (más intensa que la que emiten las lámparas de hilo convencionales) podría desencadenar migrañas y eccemas en personas con la piel fotosensible. Sin embargo, nada se advierte al consumidor en los embalajes de estas luces.
Quién iba a sospechar hasta hace una semana -cuando el propio Ministerio de Medio Ambiente de Reino Unido lanzaba la alarma a través de un polémico informe, tras un año promoviendo el uso generalizado de las CFL- que esas bombillas convertidas en iconos populares de la lucha contra el cambio climático (si ahorran electricidad, las centrales producen menos y contaminan menos), en la práctica no serían tan sanas para la gente como en realidad lo son para el ecosistema del planeta (...)"
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